A mediados del siglo XVIII, una serie de científicos quisieron medir un grado de longitud en el ecuador terrestre y llegaron a un punto muy preciso de América latina. Terminada la investigación, este país fue llamado Ecuador y al lugar hallado se le llamó Mitad del mundo, porque su latitud es: 0 -0′-0′‘, a unos 25.8 km de Quito, la capital ecuatoriana.
Seguramente con la idea de irradiar desde el centro del mundo la fuerza de la Eucaristía, Quito ha sido designada sede del 53 Congreso Eucarístico Internacional, a desarrollarse del 8 al 15 de septiembre de 2024 con el tema Fraternidad para sanar el mundo. En la preparación de este evento, que espera recibir unos cinco mil participantes de muy distintas proveniencias, está trabajando muy comprometida la Iglesia ecuatoriana, convencida de la urgencia de una fraternidad que brote de la experiencia eucarística y tienda hacia ella como su fin.
Así, mientras de muchas maneras se habla hoy de una sociedad fracturada, de una humanidad herida, Ecuador será el centro de todas las miradas que capten la necesidad de trabajar desde Cristo eucarístico la sanación de tantas dolencias. Pero, para ello, será necesario evadir nociones muy ambiguas que suelen mezclarse con esa idea de la fraternidad. En primer lugar, aparece aquella predisposición natural del ser humano que, por su condición gregaria, necesita de otras personas para sobrevivir. Eso es pura naturaleza. Luego viene una expresión muy enraizada en la vida religiosa: la comunidad, un término que se ha tergiversado desde que muchas agrupaciones absolutamente heterogéneas han asumido ese nombre. Lo que cuenta allí es la apariencia. Y hay otra manera de vivir que aparece asociada a la fraternidad sin serlo. Se trata de grupos de personas que viven bajo la forma de internado, que comparten techo, comida y actividades varias, pero cada quien vive por su lado. Eso es pura convivencia tácita, más sufrida que aceptada, sin ningún horizonte sobrenatural. Pero, desde el ángulo de la fe, la fraternidad cristiana se fundamenta en la filiación común de Dios. Somos hermanos porque tenemos un Padre. Esta filiación común de Dios está mediada y se vive sólo en la unión con el Hijo. Y este Hijo ha querido quedarse presente en la Eucaristía.
Este Congreso Eucarístico será para los miembros de la Familia Paulina una doble oportunidad: la de reavivar la pasión por la Eucaristía celebrada y adorada, tal como lo ha dejado don Alberione a sus hijos e hijas. Y también, a partir del reconocimiento de la propia vulnerabilidad, tan reiteradamente puesta en evidencia con abandonos, pérdida del sentido de pertenencia, falta de testimonio profético y una deleznable cultura del bienestar, darle una nueva oportunidad a la fraternidad, aquella que se construye con fatiga cada día, aquella que se alimenta del banquete de la Palabra y de la Eucaristía, aquella donde es posible soñar “una única humanidad, caminantes de la misma carne humana, hijos de esta misma tierra que nos cobija a todos, cada uno con la riqueza de su fe o de sus convicciones, cada uno con su propia voz, todos hermanos” (Fratelli tutti, 8).
Quito le da desde ya la más cordial bienvenida a todos.